domingo, junio 28, 2009

El Fantasma del Convento

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Por: Gilberto Rodríguez

Cuando chico, yo trabajé como ayudante (remero) de algunos de los mejores pescadores individuales de La Isabela, tales como Mongo Morejón, con su magnifico bote llamado famosamente "Tiburón", (acerca de el cual un dia, tal vez sepan mis coterráneos y Cuba, cuanto patriotismo lleva entre sus maderos.) y Calixto Sánchez. Este último, a quien le gustaba tanto comer pescado hervido como a los noruegos, ha sido, a mi ver, el mejor pescador de al palangre de cuantos he conocido, y he visto algunos alrededor de los puertos del mundo.

Esta vez habíamos pescado durante cuatro noches "al canto del beril" frente al Faro de Boca de Sagua. Traíamos una "buena marea" al decir de los pescadores. Pargo, biajaiba y rabirrubia llenaban el tanque y la nevera hasta más no dar. Después que hubimos amarrado la chalana frente al portal de la casa de Sánchez y asegurado la nevera, yo salí caminando por los tablones que cubrian cual puentes los portales que nos separaban de la tierra firme. Tomé rumbo calle abajo y unas pocas cuadras me encontré frente a las puertas de El Teatro Sanz, cuando eran ya más de las once de la noche. El kiosco de los chinos estaba abierto aun, pero casi vacío. Me llamó la atención el anuncio en la pared: "Esta Noche, Gran Estreno. "El Fantasma del Convento."

Subiendo los escalones hasta lo alto del portal ví que las cortinas estaban corridas y la puerta principal permanecia abierta de par en par, como se suele decir. La luna, posada sobre nuestras bellas playas, nos estaba regalando una lisonja de pura plata y marfil; la noche estaba tan clara que parecía como si todas nuestras mujeres quisieran a un tiempo sonreir. Pero el calor apretaba los dientes cada vez...y Miguelito que era tan gordo y lo sufría mucho más, tenía la costumbre de abrir las puertas y permitir la entrada gratuita a todo el se allegara al teatro tarde en noches de función en verano.

"Hola, Miguel."

"¿Hola, Perera, mucha pesca?" "Entra, entra y mira."

"No, gracias, prefiero quedarme aquí con usted. Si, hemos traido una buena marea, Miguelito."

"Como quieras, esta es una buena obra española, pero ya está por la mitad."

En ese instante salió Felicín que sudaba copiosamente, saludó al pasar y, dirgiéndose a Miguelito, dijo: "Voy por una limonada."

Miré hacia la pantalla o, como le llamaban muchos entonces, "la sábana" cubierta de blancos negros y grises, como era por aquellos años la cinematografia. En una suerte de castillo, un "sereno", sosteniendo con la mano izquierda un farol de "luzbrillante" sobre su cabeza, hablaba pausadamente con una mujer, de la cual en breve se despidió emprendiendo un recorrido por los oscuros y silentes pasillos y corredores a paso mesuradamente serenos y a la vez anunciados porque sus zapatos, al posarse sobre los pisos de granito producían repiqueteos sonoros por doquier. Andubo un rato. La música de fondo, que aun no poseia los adelantos psicológicos estudiados de hoy, por lo menos era lo suficientemente enervante como para crisparle los pelos al cura.

El público permanecía en silencio, la audiencia "era una tumba", como decían las auras del chismear.

El sereno, que así llamaban a los guardianes nocturnos entonces, entra en una habitación, se acerca a una cama donde yace un esqueleto, lo mira bien, se da vueltas, se coloca el farol, mientras lo sujeta siempre con su mano izquierda, sobre la cabeza, y colocado de espaldas al esqueleto, comienza a buscar algo entre los libros que hay allí en el estante. Así estaba cuando un fuerte golpa resuena por el lugar. El esqueleto sacando su huesudo brazo derecho, de entre la sábana que le cubría, descargó su mano semiabierta sobre la mesita de noche que estaba al lado de la cama.

Con el golpe un ruido de susto retumbó por todo el teatro. Mucho pelos se pararon de puntas y algunos no tan peludos se salieron de sus asientos. Mientras tanto el viejo guardián simplemente se volteó a mirar... y de nuevo atendió a buscar lo fuera que buscaba entre los libros. Tomando un viejo libro estaba cuando el muerto descargó ahora su mano izquierda contra la pared de su lado. Esta vez el golpe era muchos más fuerte. Y la sorpresa de la audiencia no se hizo esperar. Saltos, murmullos, salidas aprisa y hasta risas contagiosas por demás. El viejo sereno, pausadamente se acercó a la momia, le dijo algo y regresó a su labor. Comenzó el desfile."Buenas noches, Miguel..."

Se cuenta simple desde aquí, como aquel que desde encima del puente le indica al que ha caido al mar, sin saber nadar, "Nada, nada...es muy fácil."

Yo ya había visto más que lo que mi disfrute cinemático podía permitirme.

"Hasta mañana, Miguelito, me voy..." No se si me oyó Miguel. Felicín entraba de regreso de su salida en busca de una limonada.

Para llegar a mi casa en Punta Gorda yo tenía que atravesar todos los patios del ferrocarril: Línea de pasajes, Patio de la Aguada, Patio de la compañía mielera US Molasses Co., Los trenes y tanques de la Texas Oil Company y por último los de Los Almacenes de Alfert y Cia. Era tiempo de molienda todavía y la actividad ferroviaria y portuaria en general era muy grande, de modo que todos los camino que habia que andar entre Punta Gorda y el pueblo habia que hacerlo pasando por debajo de los trenes, una porque eran muchos y, dos, porque a ningún trabajador ferroviario le importaba un bledo si el pueblo, su pueblo, ellos mismos, tenían que seguir viviendo a cada instante y para ello era necesario atravesar el ferrocarril.

Una ventolina del sudeste comenzó de pronto a soplar.

La luna bañaba de plata hasta los mismos manglares que regocijados mostraban a la noche sus dientes de sal. Yo iba ahora caminando con miedo. Por cada guijarro que el suelo mostraba yo pretendía ver un fantasma... y mi amiga linda, ya no era verde, ni de queso, ni le volaban las vacas por encima, no; más bien me ayudaba a ver fantasmas... aunque yo no estuviera en el convento. ¡Ingrato que fuí! Como podía saber yo que en los años venideros, fuera sobre el Mar Mediterráneo, el Mar del Bósforo, en el Mar Caribe y en los siete mares iba esa bola de roca ofrecerme tanta alegría, tantos placeres, tanta amistad... Si ahora en retrospecto veo que aquellos negros carros tanques eran más bien galanes vestidos de etiqueta para una bodas y no un funeral. Si aquellas blancas figuras que hacían ruido bajo los trenes y corrían tratando de atraparme eran novias que buscaban un novio y un altar, en lugar de ser aquella malditas hojas de periódicos sueltas entre las ruedas que el viento hacia revolotear. Y corazón fuera del pecho llegué a mi casa en Punta Gorda.

Y esa noche dormí con un esqueleto dando golpes sobre mi cabeza que, por más que la escondia entre la sudorosa sábana y la almohada, más me golpeaba el condenado sin que el "sereno" me ayudara.

Al dia siguiente salí a buscar a las blancas muertas que anoche me asustaron tanto. Por esos lugares andaba un grupo de hombres recogiendo papeles de periódicos, era el Supervisor de reparaciones ferroviarias José Caballero y sus cuadrilla. Entre sus manos se estrujaban las blancas novias del futuro conjuntamente con las fantasmales figuras creadas por El Fantasma del Convento.

Esa noche, como todo un valiente, pude dormir.


Gilberto Rodríguez, uno de los últimos
lobos de mar de Sagua La Grande
(N de R)
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martes, junio 09, 2009

El negro Legorburu

Por: Gilberto Rodríguez

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Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar..." José Marti.



El mal olor venia con la brisa anunciando el paso de algún animal muerto por las arenosas calles del pueblo. Las caras de los parroquianos (de los isabelinos, Gilberto...), se volvian en busca del sucio carretón de la basura, que no debia andar muy lejos.



El verde mar, color con que hubo sido pintado alguna vez, pujaba por mostrar una sonrisa por debajo de los chorros colgantes de pútridas sustancias que un dia fueron tal vez manjar en nuestras mesas. Y aquel cuadrado cajón, ancho arriba y menos abajo,que pudo haber sido el que transportaba oro en alguna mina oriental, era alli el "aura tiñosa" que cargaba en sus entrañas los desechos "perfumados" de cada rincón del pueblo.



Desde La Punta hasta el cabo del pueblo recorria llenándose la ancha panza en cada jornada. Montado sobre dos grandes ruedas de madera cubana forradas con zunchos de hierro a puro fuego, tal vez hechas por Perico Veliz en la Fundición, que tenia allá en el patio de su casa, cerca de la carretera,el viejo carretón era fiél compañero y silente cómplice en guardar los secretos de la cocina de cada isabelino. Complicidad silente y servíl la suya, porque trabajaba con "El Negro"...y este casi nunca hablaba.Tiraba,-si es que a eso se le puede llamar asi,- del carretón un gigantezco mulo color chocolate que, bien mirado, podia confundirse en color catadura con el infeliz carretonero.



Ya dijo el chuzco maldito al hacerse cargo del corral: "Estos burros que llevan tanto tiempo juntos en el mismo corral todos se parecen por el pelo". Hombre y animal eran grandes, de pelo y piel oscuras. Pacientes eran los dos, más pacientes digo, que Jean Valgean actuando como Cuasimodo en la pelicula francesa titulada "El Jorobado de Nuestra Señora deParís". Nada, lluvia, viento, chillidos burlones de los golfillos callejeros, pregones ni la trompeta del Capitán Nemo, si Jules Vernes se la hubiera mandado, pertubaban la paz mental o alentaban la parsimonia del hombre ni la del animal.



Tenian su paso.Solo los jueves cambiaban de paso. El pobre mulo vestia sus orejas de fiestas, moviéndolas casi cual si fueran de conejos enamorados de la zanahoria. Era dia de romeria, de campo abierto, de yerba fresca, de agua bebida al filo de las lagunas de el Dorado, de...Y en la soleada faz de el "Negro", uno como sutil brillo en la voz se notaba al arrear su animal. "Hala, vamos, arrea, mulo". Eso era en aquél solitario ser humano una especie de medio de alegre expresión, esparcimiento, descanso. Ah, si, hermano; hay almas que gozan y descansan de sus cadenas si un dia las pueden arrastrar porlas calles fuera de sus paredes.



El "Negro" y su mulo gozaban de asueto los jueves. Viajaban muchos quilometros para encontrar yerba de guinea y, hoz en mano, cortar y atar en sendos "masos de yerba",el verde alimento para alimentar durante la semana venidera al rudo animal. Y el mulo se aprovechaba con la picardia de saber que hoy el podia comer toda la yerba fresca que sus maxilares triturar pudieran.Y mientras tanto, el "Negro" sudaba.


Muchos años duró esta rutina. Yo era un niño cuando empecé a ver esta ESTAMPA ISABELINA.



Nadie parecia sentir interés por El Negro de la Basura. Que dicho sea de paso no era negro de raza. "El Negro"Legorburu era oriundo de Las Islas Canarias, como tantos en nuestra provincia Villareña, pero más parecia marroquí que español por su piel. Vivia muy solitario, yo no recuerdo haberle conocido amigos ni haberlo visto en comercio o bar alguno. Se decia que era miembro de la familia Legorburu, que era una muy distinguida y buena familia de Sagua y la Isabela, pero yo no lo sé. (Por cierto, Carlitos Legorburu fué por mucho tiempo alcalde de la Isabela. Y muy bueno y luchador que fué.) Al "Negro", todos le miraban indiferentes, como si el mal olor de los deperdicios de sus propias casas, recogidas por este ser humano, fuera el mal olor permanente y único del infeliz carretonero.Casi nadie se dirigia a el.

Y, oh, perdón, error que cometo, una vez oí al sibarítico juéz Enrique Ardabín haciendo piruetas con su larga boquilla de marfil, mientras prendia uno de sus ovalados cigarrillos preguntárle si le hacia un cierto favor.El mameluco o coverall que vestia, que una vez fué de dril azul tambien se igualaba con el verde extraviado del carretón. Y solo le vi uno oscuro cuando pasó el ciclón. ¡Dios santo, cuánto es capaz de trabajar un ser humano por el bien de sus hermanos! Regalo humano era el "Negro de la basusura" a nuestro pueblo de Isabela.Yo me fuí a cabalgar por las sierras ajenas que Dios me diera. Y pasaron los años. Y vinieron las imágenes retratadas en el cerebro.

La última imágen que los ojos ven, la computadora de nuestra vida la conserva permanentemente como su historia. Y si la vimos niña, muchos años después, desafiando la realidad, nuestra memoria nos exige que la veamos niña todavia, como miran las madres. Tanto asi, que en Francia, allá por los años 30, cientificos policiacos, con la colaboración del Doctor Israel Castellanos, ese genio cubano de lasciencias policiales, llegaron a crear un tipo de fotografia de la pupila de los humanos muertos violentamente para poder ver quien fue la última persona vista por el difunto.Un dia volví de visita a mi pueblo. Y pregunté, si; yo pregunté por el "Negro"."El nuevo alcalde lo despidió (¡Arrea!) lo botó y puso un hombre limpio en su lugar." Me dolió un poquito esa expresion. Caray, me dije durante tanto tiempo este pobre hombre nos mantuvo nuestro lindopueblo limpio y es esto lo único que se nos ocurre decir...


Me fuí por los barrios a ver no sé qué... Pero ví desperdicios en las calles. Habia una gato destripado cerca del Ancla en el arenal de La Punta, y desperdicios de comidas junto al Muelle del City Bank. Bajé hasta el Muelle de Amézaga y, en el Bar de Muti, que todavia no se llamaba Barrilito, y alli me presentaron a un señor que hablaba de política, comparaba aguardientes, reía con las putas deambulantes y vestia camisa blanca. Me dijeron que era el nuevo recogedor de basura del pueblo. Me pareció que en ese momento mi querido pueblo era traicionado por los condenados políticos de afuera, y le pregunté al buen hombre cuando habia recogido la basura por última vez. Pero no esperé la respuesta. Me despedi.


Mientras el avión que me llevaba de regreso New York atravesaba el Estrecho de La Florida, en mi cerebro revoloteaba, cual ala de mariposa asustada fuera, una idea peregrina, y mi voz descuidada sacudió a los pasajeros: ¡Qué diantres, "el Negro" era el mejor!

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Gilberto Rodríguez, uno de los últimos lobos de mar q
ue nos quedan del siglo XX.
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