Espía o Pescador
Hacia finales de los años 30, antes de la Segunda Guerra Mundial, llegó a LaIsabela un pescador de piel cobriza, color más bien de aceituna madura, bajaestatura, y una estructura física que más bien parecía una sólida columna seacero que decía ser japonés y hablaba un español casi natural, con escasos ypocos notables defectos.
Hacía llamarse Manuel y pescaba al estilo de ciertospaíses de Asia, zambulléndose sin ayuda de ningún instrumento que le permitierarespirar. La cantidad de tiempo que este hombre era capaz de permanecer acuarenta pies de profundidad era algo desconocido aún para mi abuelo que erabuzo profesional; era los tiempos de la escafandra, etc.
Vestía solamente unospantaloncitos cortos por ropa, un arpón, o sea, una simple vara de metal con unapunta de flecha que tenía un filo capaz de afeitar a un barbudo como Hemmingway.Manuel vivía a bordo de su bote. Ahí hacia toda su solitaria vida. Solo. Nuncaun visitante, una mujer, un viaje al correo; nada. Se pasaba diez o doce días encada salida pescar, uno o dos días en puerto y de nuevo a la mar. Solo por loscantos del veril, empezando por Cayo Hicacos, (el Faro de Boca de Sagua parecíaser su sitio favorito), pero cuando se desplazaba hacia el este por las costashacia Caibarién, o al oeste, Cárdenas, quien sabe hasta dónde, nadie lo notabaporque a nadie le interesaba él.
Su solitaria vida era muy poco atractiva,-¡qué digo, le era totalmente ajena a los demás pescadores!- Solo cuandollegaba al tren de pesca cargado de enormes guasas, cuberas y pargos llamaba laatención, y eso porque solo él, con su estilo de pesca, traía los peces másgrandes que se atrapaban en todo el puerto.Manuel el Japonés no buscaba a nadie por compañía, y si se veía en el compromisode saludar o hablar con alguien, lo hacía en voz baja, breve y andando. Yo meatrevo a pensar que uno de los pocos isabelinos con quién mantenía a veces unmuy corto dialogo tal vez lo fuera mi abuelo Emilio y eso, probablemente porquea Manuel le gustaba demostrar que zambullendo como dios manda él era superior atodos los equipos.
Y Emilio era un hombre muy sin compromisos de pruritossociales; todo en Emilio iba a flor de piel. Y un hecho lo acercó un tanto y medio a mí la oportunidad de conocer, o al menos ver, de cerca al japonés. Miabuelo me llevaba con él a todas partes tanto en el mar como en tierra, "Tú eresmi compañero," me decía. Un mensajero llegó con un telegrama para EmilioRodríguez, de Holanda."Barco holandés encallado con carga abordo. Punto. Precisamos inspecciónexterior del fondo antes de intentar desencallarlo…etc."
No recuerdoprecisamente donde estaba el barco encallado, un remolcador salía de Holandahacia allá, sé que era algo lejos. Manuel le pidió a Emilio que le permitieraacompañarle porque él nunca había visto como trabajaban los buzos profesionales.Nada podía ser más inocente. Vamos. Recuerdo que el abuelo mientras pescábamossolos él y yo por allí por los cayos de La Empalizada, me contó algo extrañado.Mientras mi abuelo y sus dos ayudantes preparaban los equipos, compresor manual,escafandra, cinturón de pesas de plomo, tubos ya Manuel había recorrido todo elfondo del barco, los puntos peligroso del arrecife y tenía una estrategiaformada sobre como liberar el barco… Emilio no era hombre exaltarse por nada quepasara, pero de sus propias palabras recuerdo que me dijo: Se me abrieron losojos una cuarta. Bajaron los dos, cada uno en su estilo, pero mientras que elbuzo profesional tenía una serie de limitaciones, largo de la manguera del airey de la soga que le servía de soporte y de timbre de emergencias, la visión dela escafandra era muy limitada y una serie de otras demandas del trabajo mismo,aquel condenado hombrecito subía, bajaba, raspaba secciones del fondo con uninstrumento provisto para remover cualquier cosa del casco para poder observarel metal limpio…y le señalaba al abuelo, aquí, allí, bueno, malo….
Tres díastrabajaron hasta removiendo algunos corales que pudieran causar el más levedaño. Porque bueno es decir, que ese japonés cuidaba mucho de la naturalezamarina.Un remolcador de Filadelfia y el holandés llegaron como al tercer día con un parde gabarras y sacaron el barco con un mínimo de daños, pero capaz de seguirnavegando rumbo al astillero por si solo. Mi abuelo era generalmente muy bienpagado por estos trabajos y, aunque nada habla prometido, trató de compartir supago con el japonés. Pero no, Manuel no le aceptó un centavo, es más le dijo quepara él esta experiencia había sido una escuela y que con lo que había visto,había enriquecido sus conocimientos. Nada más justo, si nunca había visto esto oaquello y había aprendido algo…..
Por esos días en Cuba, al igual que en varios países, incluyendo los EstadosUnidos, andaban compradores de chatarra comprando hasta el último pedazo delherrumbroso trasto o pedazo, donde quiera que se hallara. Japón compraba. Dineroes dinero, que caray.Nadie supo nunca de donde había venido el japonés, pero tampoco supo nadie,porque a nadie le importaba, cuando se fue Manuel el Japonés de La Isabela. Almenos, yo lo sé.Yo era un chico, hay cosas que no sabía, no tenía idea de que ciertas accioneshumanas llevan en si significados ajenos a los ojos que le miran, ni de que másallá existían muchas de las cosas que aún hoy no sé si existen.
Porconsiguiente mucho escapaba a los ojos de este narrador….pero han pasado muchosaños, y con los años se han visto y aprendido algunas pocas cosas que nunca sehubieran podido imaginar.Hubo una guerra empezada por el Imperio Japonés. El mundo es hoy lo que enaquellos tiempos pudo haber sido solo la imaginación de un escritor loco, de quepor algún lugar del universo había una planeta donde….usted conoce el cinemoderno…..Pero yo he navegado por muchos mares, he visto que Manuel no era ni fue nunca elúnico, aunque para los isabelinos si lo fuera, que pesca en ese estilo, he vistoel trabajo de los buzos, he trabajado en astilleros reparando barcos y…tambiénhe leído algo sobre espionaje, ciencias marinas, en fin, que puedo mirara haciaatrás.
Y cuando lo hago veo allí, frente al Faro de Boca de Sagua, en aquel botemisterioso a bordo del cual jamás pudo subir un isabelino, en el cual vivía unsolitario hombrecito fuerte como una columna de acero, cuya breve conversaciónera bastante refinada para un pescador que todavía andaba usando métodosprimitivos, pero que cuando inspeccionó aquel barco holandés con mi abuelo loúnico de primitivo que demostró era el trabajar con la naturaleza y no conmáquinas…Y luego despareció sin dejar huellas, exactamente igual que había llegado untiempo atrás.¿Quién era, en realidad, aquel hombrecito que decía llamarse, "Manuel elJaponés" y que hacia?Hay en algún lugar recóndito de mi memoria un vago recuerdo de este hombre, queme intriga.
Esto lo vi yo un par de veces, mientras pescaba con mi abuelo ahícercano al bote de Manuel. Algunas veces este se zambullía y cuando volvía a lasuperficie andaba demasiado lejos de su bote para nadar cansado por el habercontenido por tanto tiempo la respiración, pero, no; salía como si hubieseestado sentado en la terraza del mejor hotel de Paris: fresquecito. ¡Señor, nilas ballenas! Pero siempre salía a flote en algún punto donde el viento y lacorriente le ayudaban a regresar flotando al bote.
Y he aquí mi observación.Cuando Manuel hacia uno de esos largos recorridos, no traía pescado alguno, sinoQue salía, se acostaba boca arriba y comenzaba a decir algunas cosas o tal vezfórmulas. Las decía, las repetía, las repetía otra vez y otra vez, hasta quesubía al bote y se metía en su oscura cabina y cerraba la puertecita. Raroproceder con el calor y tan lleno de agua el cuerpo y más, cuando hacia eso,aunque le mentaras la familia no atendía ni hablaba con nadie solo correr a lacabina. Esos fueron los únicos momentos en que yo lo pude ver apurado.
Como niel abuelo ni yo sabíamos japonés, yo le comenté un día, ¿abuelo te fijas queManuel siempre hace eso cuando nada muy lejos? Emilio se viró hacia mí, memiró fijamente por un minuto y después me dijo, eso suena como una repetición desonidos, puede que este hombre tenga una religión que lo protege y esa sea sumanera de rezar. Lógico, ¿Verdad?Un algo más, en esos tiempo en la Isabela el único pescado de arpón o fija queel comercio compraba era la lisa, de modo que los gigantes meros, guasas y otrosque el Japonés traía no tenían comprador en el puerto, de modo que este hacia sud propios empacados y embarques y a nadie le importaba un bledo a quien o conquien el negociaba. Perfecto sistema.
Cada pulgada de fondo de nuestras costaspueden haber sido estudiadas por años, unos meses en cada puerto y nadie sabenada; mucho menos el gobiernoPero sabiendo una cosita o dos sobre unas cuantas cositas que los hombres,científicos y guerreros hacemos en tiempos de guerra, vuelvo y le pregunto alabuelo, donde quiera que se encuentre:¿Abuelo, viendo lo que hicieron los submarinos del Eje durante la guerra, y eluso que se le dio a la chatarra vendida al Japón, en los años inmediatamenteanterior al comienzo de la Guerra, ¿no sería Manuel el Japonés un bueno y bienpreparado Espia?
Escrito por Gilberto Rodríguez, nuestro último lobo de mar.
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