jueves, enero 28, 2010

De nombres y nombretes

Por: Gilberto Rodríguez

No creo yo que pueda escribirse sobre la vida de un pueblo, a menos que se le tome el pulso al ciudadano común y se le siente a la mesa de la historia junto al más sobresaliente de los ciudadanos ilustres y poderosos, porque al banquete de la historia todos somos invitados. El puerto y el pueblo de Isabela de Sagua tiene una apariencia geográfica de punta de lanza que apunta hacia las distancias azuladas de cielo y mar para indicar ciertos futuros. Pero como el futuro no es más que el conjunto de experiencias del pasado, ajustadas al pensar del narrador de los recuerdos, es posible, como Angel Lázaro, inventar el acto heróico de un marinero tonto que salva a la princesa del mar donde ha caído, para asegurar por simpatías, el reino. Las tradiciones y las leyendas que han pasado a través de la Historia, de padre a hijo, y de Cacique a Tribu, así ha logrado sobrevivir espiritualmente cada grupo, cada familia, cada nación. Nosotros hemos sufrido el borrón de la historia de un zarpazo. Mas... Mire a su patio y dígame, si puede, que elimino la última semilla de yerba que allí había....

Asi, lo que pareciera chiste se hace memoria; lo que ayer nos era ajeno, hoy nos urge, los que ayer pasaron ignotos, hoy nos llaman y nuestros propios corazones se regocijan al encuentro con sus ayeres, con sus hermanos y hermanas, con sus arenas aun clavadas en las alpargatas del tiempo.

Asi con nuestros nombres. "Aqui todos tenemos nombretes", ha dicho alguien. Bueno, no todos; pero si muchos. Por ejemplo, una estampa que llevamos pegada a la carta con que navegamos, trata de competircon El Nuevo Testamento", cuando tiene mas hombres llamados Juan que el sagrado texto. Miremos sino. Tenemos Juanes llamados por su etnia, por sus caracterisiticas y hasta por la risa. Cuento.


Juanillo el Isleño, Juan El Portugués, Juan El Puerto Rico, Juan El Turco, Juan "El Chapo" Povilla, Juan Cachimba, Juan Chorizo, Juanillo El Chivo, Juan El Largo, Juan El Muerto, ad infinitum...


Pancho El Largo (Recuerda alguien cuando le quito las gomas a su automóvil y lo corrió por los railes del ferrocarril?).

Esto trae a colación un chascarrillo ocurrido en el cafecito del "Chino Harina". El café tenia unas poquitas mesas al aire libre, donde muchos parroquianos pasaban las honas jugando brisca o dominó. Un buen día, como a las dos de la tarde, tres isabelinos y el nuevo cartero de pueblo jugaban a la brisca, cuando la conversación se tornó en lección de cultura interna.

Resulta que el hombre que repartia la correspondencia en la Isabela por largos años, no rcuerdo la razón, ya no estaba en el cargo y, por un aborto mental de esos que los políticos son capaces de producir sin anestesia, mandaron a un buen hombre de fuera para el cargo de cartero. Pocos meses llevaba el nuevo cartero en la Isabela, pero ya comenzaba a hacer amistades. Y en uno de los lugares que más amigos había ganado era allí, en el Cafecito del Chino Harina. Y es alli que se promueve una conversacion sobre lo lento que era el sistema de pago de compensaciones a los obreros por lesiones ocupacionales.

-Ah, dice el cartero, y no se imaginan ustedes, a veces, lo difícil que se hace en este pueblo tan chiquito, encontrar a una persona para entregarle sus cartas...

?Por qué dices eso?

Bueno, porque miren ahora que Zungo habla de eso, yo hace cuatro meses que ando con una carta arriba, del seguro laboral, y no logro encontrar al destinatario para entregarsela...Y miren que he preguntado por ahi....

Silencio...

Y, pregunta Zungo, que era uno de los cuatro jugadores en la mesa, para quien es la carta esa, déjame verla.

Para Pedro Bezada Ordoqui, dijo el cartero.

!!!Ah, Dios de Dios; Santiago de Compostela!!!


Pedro Bezada Ordoqui era Zungo. Marinero, miembro de una patana azucarera de la firma Garcia Beltrán, donde trabajaba con Juan Chorizo otro de los que jugaban en esa mesa, ese día.

"Valga Sancho, mi nombre", que diría El Quijote.

Gilberto Rodríguez es uno de nuestros últimos lobos de mar de la Repúbica.
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