lunes, abril 27, 2009

El barco de Juanillo

Por: Gilberto Rodríguez

Cuando salimos del barco atracado al malecón de Porto Nuovo, Sanpierdarena, caminando hacia el este, ó sea, buscando el centro de la ciudad de Génova, nuestros ojos revoloteaban cual abejitas extraviadas en un inmenso jardin de sueños. Los ricos edificios de construcción milenaria, la blancura de sus calles, la hermosura que los arquitectos derramaron cual regalos del cielo mismo a esta bendita ciudad y el canto de sus residentes, que sonaba por doquier casi nos hacian olvidar que estabamos en medio de una guerra y que los "tedeschis", como le llamaban ellos a los soldados alemanes peleaban y mataban desde los terrenos del ferrocarril que corria a lo largo del frente maritimo, y cuyos vagones y tanques abundaban inutilizados por nuestros ataques en aquellos parajes. "Todas las noches hay muertos por estas areas" nos dijo el aduanero antes de que
saliéramos de abordo. Ricardo y yo caminábamos por aquellos adoquines de mármol gris claro,probablemente de Carrara, involuntariamente haciendo sonar un poquito nuestros tacones contra el duro suerlo.
"Oye, cubano; sonamos como los conquistadores romanos, Mano."

"Será que la Historia marcha en reverso."

Ricardo era un tejano de raza india, de piel color tabaco, de familia mejicana cuya finca habia sido dividida en dos partes: mitad en Méjico, mitad en Texas, "gracias a la traición de Sam Houston y a la derrota de Pancho Villa", decia, durante la guerra pero al estar su casa dentro del territorio Norteamericano, era ciudadano americano. Simpático y buen amigo era, "a todas, mano".

Cuando entramos, el Bar Florida estaba vacio. Eran las dos de la tarde y estaba oscuro. No habia electricidad...ni clientes tampoco. La gruesa y afable mujer que lo atendia nos recibió con tanta alegria
como si hubiéramos sido parientes hasta hoy desaparecidos. Y al vernos en uniformes americanos, pero hablando español, poco pudo dismular una lágrima que corria por sus mejillas.

"¡Ah, tierras de Libertad!" "¡Uomini liberatore!"
La buena mujer nos encerró a los dos entre sus anchos brazos y nos besó profusamente empapando nuestras caras miesntras reia nerviosamente. "¡Viva La'merica!"

Nos ofreció lo poco que tenia: "Birra" al tiempo. No habia hielo.

Y comenzó a contaros su historia. Su esposo, que habia sido llevado a trabajar, como tantos otros italianos, griegos y españoles, construyendo carreteras y acueductos, como el de Cleveland, y, en su caso, el famoso Pulaski Skyway, de New Jersey, tenia un bar en Brooklyn. Un dia volvió a Génova en busca de esposa. Y ella se lo ganó, gracias a familiares y amigos mutuos. Asi fueron a vivir y trabajar al nuevo continente. Fué mientras trabajaba en el Bar de su esposo en Brooklyn que conoció a muchos inmigrantes europeos que
habian trabajado y sufrido junto con su esposo, en la nueva "patria".

Fueron esas amistades quienes le llevaron aviajar a Cuba, la primera vez, porque muchos de aquellos españoles, lejos de regresar a España, emigraron a Cuba, a pescar, en La Isabela, unos, a plantar café en
Oriente, los otros. Giacomo, que asi se habia llamado su esposo, eventualmente se compró una lanchita a motor y vela, una escopeta y unos avíos de pesca. Y de este modo, el Puerto de La Isabela y sus amigos Españoles en Sagua, le viéron, según ella, muchas veces cazando patos y garzones en el Rio Sagua.

Yo la habia escuchado en silencio durante toda su narración, aunque las menciones que hacia de mi patria chica habian desatado una colmena de abejas africanas dentro de mis venas... y me picaban, cuando, de pronto, de un salto, la buena mujer mientras nos mostraba un retrato, entre sollozos nos dice: "queste, il mio Giaccomo..."

"Io sonno d'la Isabela, Signora."

Imagine usted, la escena ahora...

Debajo del horno, en la cocina, habia una botella de Ron El Infierno tan bien guardada que los alemanes nunca la descubrieron durante sus repetidos registros del bar. Yo bebi ese ron hecho en Sagua, esa tarde, alli, en Sampierdarena, Génova, Italia, mientras los cañones todavia no estaban del todo silentes.

"¡Mejor que el mescal, mano!" exclamaba Ricardo, mi amigo tejano, mientras lamia el borde de el vaso de ron, al que le habia hecho un rocio de sal, casi como le hacen a las margaritas.

Pero aún habia mas sorpresas. Tomando una botella verde claro que estaba en una repisa de la pared de la sala, que estaba detras del bar, la puso en mis manos. "Guarda, cubano; d'lIsabela."

Dentro de la botella se podia apreciar un hermoso bergantin con todo el velámen al viento. Una joya. Y la popa. La popa exhibia el nombre: "Giulia, Isabela".

"¿Quién es Giulia?" pregunté yo tontamente, pues hasta ese momento no sabia el nombre de la señora.

"¡Io, Io sono Giulia!" Y me contó como ese barco en la botella habia sido hecho por las maravillosas manos de Juanillo "El Isleño". ¡Ah, lindos momentos en la vida del hombre que se aventura allende el mar! Cuando yo era chico me sentaba en el suelo a ver como Juanillo, aquel inmensamente alto y flaco canario, en su diminuto cuartucho al lado del Varadero de Alvaré insertaba piececita tras piecesita cada sección por el estrecho pico de cada botella como con una tijera, una aguja y una cuchilla creaba ante mis ojos mejores barcos que El Nautilus de Verne.

"Giaccomo fué asesinado por los alemanes." Me dijo en buen español."

Allá afuera corrian las horas. A poca distancia la Piazza Principe exhibia su lado la casa donde nació Cristobal Colón, los siglos de historia de la civilización viven esparcidos por todo el entorno genovés, pero por por unos instantes yo no tuve conciencia de nada de eso, porque durante esos momentos yo, mis memorias y mi ser vivian en mil fibras pensantes cerca del Rio Undoso, varado tal vez en sus carriles, junto al cuchitril ausente de aquel mago de la botella cuyo bergantin ahora navegaba en mis manos cual si retando a Colón. Si, cual reto al gran almirante, un italiano y un español habian navegado su bergantin en la verde botella desde la Isabela hasta Génova. Y yo tenia el reverso de la historia en mis manos, entre el vaso de ron, mis recuerdos de Cuba y las amargas lágrimas de Giulia.

"Vamonos, mano, que ya es tarde." Dijo Ricardo y se quedó dormido.

Podia tratar de ser mas agradable.
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Gilberto Rodríguez es de los últimos lobos de mar que tuvo el puerto de Sagua La Grande en sus buenos tiempos de importación y exportación a todo el globo terráqueo. Sus escritos han sido debidamente guardados en el Archivo Sabaneque para que no se pierda testimonio tan importante para la historia náutica de Sagua La Grande.

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ARCHIVO SABANEQUE
1970-2009

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sábado, abril 18, 2009

El negro Legorburu

Por: Gilberto Rodríguez

"Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar..."
José Marti.


El mal olor venia con la brisa anunciando el paso de algún animal muerto por las arenosas calles del pueblo. Las caras de los parroquianos (de los isabelinos, Gilberto...),se volvian en busca del sucio carretón de la basura, que no debia andar muy lejos.

El verde mar, color con que hubo sido pintado alguna vez, pujaba por mostrar una sonrisa por debajo de los chorros colgantes de pútridas sustancias que un dia fueron tal vez manjar en nuestras mesas. Y aquel cuadrado cajón, ancho arriba y menos abajo,que pudo haber sido el que transportaba oro en alguna mina oriental, era alli el "aura tiñosa" que cargaba en sus entrañas los desechos "perfumados" de cada rincón del pueblo.

Desde La Punta hasta el cabo del pueblo recorria llenándose la ancha panza en cada jornada. Montado sobre dos grandes ruedas de madera cubana forradas con zunchos de hierro a puro fuego, tal vez hechas por Perico Veliz en la Fundición, que tenia allá en el patio de su casa, cerca de la carretera,el viejo carretón era fiél compañero y silente cómplice en guardar los secretos de la cocina de cada isabelino. Complicidad silente y servíl la suya, porque trabajaba con "El Negro"...y este casi nunca hablaba.
Tiraba,-si es que a eso se le puede llamar asi,- del carretón un gigantezco mulo color chocolate que, bien mirado, podia confundirse en color catadura con el infeliz carretonero. Ya dijo el chuzco maldito al hacerse cargo del corral: "Estos burros que llevan tanto tiempo juntos en el mismo corral todos se parecen por el pelo". Hombre y animal eran grandes, de pelo y piel oscuras. Pacientes eran los dos, más pacientes digo, que Jean Valgean actuando como Cuasimodo en la pelicula francesa titulada "El Jorobado de Nuestra Señora deParís". Nada, lluvia, viento, chillidos burlones de los golfillos callejeros, pregones ni la trompeta del Capitán Nemo, si Jules Vernes se la hubiera mandado, pertubaban la paz mental o alentaban la parsimonia del hombre ni la del animal. Tenian su paso.
Solo los jueves cambiaban de paso.El pobre mulo vestia sus orejas de fiestas, moviéndolas casi cual si fueran de conejos enamorados de la zanahoria. Era dia de romeria, de campo abierto, de yerba fresca, de agua bebida al filo de las lagunas de el Dorado, de...
Y en la soleada faz de el "Negro", uno como sutil brillo en la voz se notaba al arrear su animal. "Hala, vamos, arrea, mulo". Eso era en aquél solitario ser humano una especie de medio de alegre expresión, esparcimiento, descanso. Ah, si, hermano; hay almas que gozan y descansan de sus cadenas si un dia las pueden arrastrar porlas calles fuera de sus paredes. El "Negro" y su mulo gozaban de asueto los jueves. Viajaban muchos quilometros para encontrar yerba de guinea y, hoz en mano, cortar y atar en sendos "masos de yerba",el verde alimento para alimentar durante la semana venidera al rudo animal. Y el mulo se aprovechaba con la picardia de saber que hoy el podia comer toda la yerba fresca que sus maxilares triturar pudieran.Y mientras tanto, el "Negro" sudaba.

Muchos años duró esta rutina. Yo era un niño cuando empecé a ver esta ESTAMPA ISABELINA. Nadie parecia sentir interés por El Negro de la Basura. Que dicho sea de paso no era negro de raza. "El Negro"Legorburu era oriundo de Las Islas Canarias, como tantos en nuestra provincia Villareña, pero más parecia marroquí que español por su piel. Vivia muy solitario,yo no recuerdo haberle conocido amigos ni haberlo visto en comercio o bar alguno. Se decia que era miembro de la familia Legorburu, que era una muy distinguida y buena familia de Sagua y la Isabela, pero yo no lo sé. (Por cierto, Carlitos Legorburu fué por mucho tiempo alcalde de la Isabela. Y muy bueno y luchador que fué.) Al "Negro", todos le miraban indiferentes, como si el mal olor de los deperdicios de sus propias casas, recogidas por este ser humano, fuera el mal olor permanente y único del infeliz carretonero.Casi nadie se dirigia a el.

Y, oh, perdón, error que cometo, una vez oí al sibarítico juéz Enrique Ardabín haciendo piruetas con su larga boquilla de marfil, mientras prendia uno de sus ovalados cigarrillos preguntárle si le hacia un cierto favor.
El mameluco o coverall que vestia, que una vez fué de dril azul tambien se igualaba con el verde extraviado del carretón. Y solo le vi uno oscuro cuando pasó el ciclón. ¡Dios santo, cuánto es capaz de trabajar un ser humano por el bien de sus hermanos! Regalo humano era el "Negro de la basusura" a nuestro pueblo de Isabela.
Yo me fuí a cabalgar por las sierras ajenas que Dios me diera. Y pasaron los años. Y vinieron las imágenes retratadas en el cerebro. La última imágen que los ojos ven, la computadora de nuestra vida la conserva permanentemente como su historia. Y si la vimos niña, muchos años después, desafiando la realidad, nuestra memoria nos exige que la veamos niña todavia, como miran las madres. Tanto asi, que en Francia, allá por los años 30, cientificos policiacos, con la colaboración del Doctor Israel Castellanos, ese genio cubano de lasciencias policiales, llegaron a crear un tipo de fotografia de la pupila de los humanos muertos violentamente para poder ver quien fue la última persona vista por el difunto.
Un dia volví de visita a mi pueblo. Y pregunté, si; yo pregunté por el "Negro".
"El nuevo alcalde lo despidió (¡Arrea!) lo botó y puso un hombre limpio en su lugar." Me dolió un poquito esa expresion. Caray, me dije durante tanto tiempo este pobre hombre nos mantuvo nuestro lindopueblo limpio y es esto lo único que se nos ocurre decir...

Me fuí por los barrios a ver no sé qué... Pero ví desperdicios en las calles. Habia una gato destripado cerca del Ancla en el arenal de La Punta, y desperdicios de comidas junto al Muelle del City Bank. Bajé hasta el Muelle de Amézaga y, en el Bar de Muti, que todavia no se llamaba Barrilito, y alli me presentaron a un señor que hablaba de política, comparaba aguardientes, reía con las putas deambulantes y vestia camisa blanca. Me dijeron que era el nuevo recogedor de basura del pueblo. Me pareció que en ese momento mi querido pueblo era traicionado por los condenados políticos de afuera, y le pregunté al buen hombre cuando habia recogido la basura por última vez. Pero no esperé la respuesta. Me despedi.

Mientras el avión que me llevaba de regreso New York atravesaba el Estrecho de La Florida, en mi cerebro revoloteaba, cual ala de mariposa asustada fuera, una idea peregrina, y mi voz descuidadasacudió a los pasajeros: ¡Qué diantres, "el Negro" era el mejor!
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Recopilación en el ARCHIVO SABANEQUE de las fascinantes anécdotas de Don Gilberto Rodríguez, uno de los últimos lobos de mar de Sagua La Grande.
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