Por: Gilberto Rodríguez
Cuando salimos del barco atracado al malecón de Porto Nuovo, Sanpierdarena, caminando hacia el este, ó sea, buscando el centro de la ciudad de Génova, nuestros ojos revoloteaban cual abejitas extraviadas en un inmenso jardin de sueños. Los ricos edificios de construcción milenaria, la blancura de sus calles, la hermosura que los arquitectos derramaron cual regalos del cielo mismo a esta bendita ciudad y el canto de sus residentes, que sonaba por doquier casi nos hacian olvidar que estabamos en medio de una guerra y que los "tedeschis", como le llamaban ellos a los soldados alemanes peleaban y mataban desde los terrenos del ferrocarril que corria a lo largo del frente maritimo, y cuyos vagones y tanques abundaban inutilizados por nuestros ataques en aquellos parajes. "Todas las noches hay muertos por estas areas" nos dijo el aduanero antes de que
saliéramos de abordo. Ricardo y yo caminábamos por aquellos adoquines de mármol gris claro,probablemente de Carrara, involuntariamente haciendo sonar un poquito nuestros tacones contra el duro suerlo.
"Oye, cubano; sonamos como los conquistadores romanos, Mano."
"Será que la Historia marcha en reverso."
Ricardo era un tejano de raza india, de piel color tabaco, de familia mejicana cuya finca habia sido dividida en dos partes: mitad en Méjico, mitad en Texas, "gracias a la traición de Sam Houston y a la derrota de Pancho Villa", decia, durante la guerra pero al estar su casa dentro del territorio Norteamericano, era ciudadano americano. Simpático y buen amigo era, "a todas, mano".
Cuando entramos, el Bar Florida estaba vacio. Eran las dos de la tarde y estaba oscuro. No habia electricidad...ni clientes tampoco. La gruesa y afable mujer que lo atendia nos recibió con tanta alegria
como si hubiéramos sido parientes hasta hoy desaparecidos. Y al vernos en uniformes americanos, pero hablando español, poco pudo dismular una lágrima que corria por sus mejillas.
"¡Ah, tierras de Libertad!" "¡Uomini liberatore!"
La buena mujer nos encerró a los dos entre sus anchos brazos y nos besó profusamente empapando nuestras caras miesntras reia nerviosamente. "¡Viva La'merica!"
Nos ofreció lo poco que tenia: "Birra" al tiempo. No habia hielo.
Y comenzó a contaros su historia. Su esposo, que habia sido llevado a trabajar, como tantos otros italianos, griegos y españoles, construyendo carreteras y acueductos, como el de Cleveland, y, en su caso, el famoso Pulaski Skyway, de New Jersey, tenia un bar en Brooklyn. Un dia volvió a Génova en busca de esposa. Y ella se lo ganó, gracias a familiares y amigos mutuos. Asi fueron a vivir y trabajar al nuevo continente. Fué mientras trabajaba en el Bar de su esposo en Brooklyn que conoció a muchos inmigrantes europeos que
habian trabajado y sufrido junto con su esposo, en la nueva "patria".
Fueron esas amistades quienes le llevaron aviajar a Cuba, la primera vez, porque muchos de aquellos españoles, lejos de regresar a España, emigraron a Cuba, a pescar, en La Isabela, unos, a plantar café en
Oriente, los otros. Giacomo, que asi se habia llamado su esposo, eventualmente se compró una lanchita a motor y vela, una escopeta y unos avíos de pesca. Y de este modo, el Puerto de La Isabela y sus amigos Españoles en Sagua, le viéron, según ella, muchas veces cazando patos y garzones en el Rio Sagua.
Yo la habia escuchado en silencio durante toda su narración, aunque las menciones que hacia de mi patria chica habian desatado una colmena de abejas africanas dentro de mis venas... y me picaban, cuando, de pronto, de un salto, la buena mujer mientras nos mostraba un retrato, entre sollozos nos dice: "queste, il mio Giaccomo..."
"Io sonno d'la Isabela, Signora."
Imagine usted, la escena ahora...
Debajo del horno, en la cocina, habia una botella de Ron El Infierno tan bien guardada que los alemanes nunca la descubrieron durante sus repetidos registros del bar. Yo bebi ese ron hecho en Sagua, esa tarde, alli, en Sampierdarena, Génova, Italia, mientras los cañones todavia no estaban del todo silentes.
"¡Mejor que el mescal, mano!" exclamaba Ricardo, mi amigo tejano, mientras lamia el borde de el vaso de ron, al que le habia hecho un rocio de sal, casi como le hacen a las margaritas.
Pero aún habia mas sorpresas. Tomando una botella verde claro que estaba en una repisa de la pared de la sala, que estaba detras del bar, la puso en mis manos. "Guarda, cubano; d'lIsabela."
Dentro de la botella se podia apreciar un hermoso bergantin con todo el velámen al viento. Una joya. Y la popa. La popa exhibia el nombre: "Giulia, Isabela".
"¿Quién es Giulia?" pregunté yo tontamente, pues hasta ese momento no sabia el nombre de la señora.
"¡Io, Io sono Giulia!" Y me contó como ese barco en la botella habia sido hecho por las maravillosas manos de Juanillo "El Isleño". ¡Ah, lindos momentos en la vida del hombre que se aventura allende el mar! Cuando yo era chico me sentaba en el suelo a ver como Juanillo, aquel inmensamente alto y flaco canario, en su diminuto cuartucho al lado del Varadero de Alvaré insertaba piececita tras piecesita cada sección por el estrecho pico de cada botella como con una tijera, una aguja y una cuchilla creaba ante mis ojos mejores barcos que El Nautilus de Verne.
"Giaccomo fué asesinado por los alemanes." Me dijo en buen español."
Allá afuera corrian las horas. A poca distancia la Piazza Principe exhibia su lado la casa donde nació Cristobal Colón, los siglos de historia de la civilización viven esparcidos por todo el entorno genovés, pero por por unos instantes yo no tuve conciencia de nada de eso, porque durante esos momentos yo, mis memorias y mi ser vivian en mil fibras pensantes cerca del Rio Undoso, varado tal vez en sus carriles, junto al cuchitril ausente de aquel mago de la botella cuyo bergantin ahora navegaba en mis manos cual si retando a Colón. Si, cual reto al gran almirante, un italiano y un español habian navegado su bergantin en la verde botella desde la Isabela hasta Génova. Y yo tenia el reverso de la historia en mis manos, entre el vaso de ron, mis recuerdos de Cuba y las amargas lágrimas de Giulia.
"Vamonos, mano, que ya es tarde." Dijo Ricardo y se quedó dormido.
Podia tratar de ser mas agradable.
saliéramos de abordo. Ricardo y yo caminábamos por aquellos adoquines de mármol gris claro,probablemente de Carrara, involuntariamente haciendo sonar un poquito nuestros tacones contra el duro suerlo.
"Oye, cubano; sonamos como los conquistadores romanos, Mano."
"Será que la Historia marcha en reverso."
Ricardo era un tejano de raza india, de piel color tabaco, de familia mejicana cuya finca habia sido dividida en dos partes: mitad en Méjico, mitad en Texas, "gracias a la traición de Sam Houston y a la derrota de Pancho Villa", decia, durante la guerra pero al estar su casa dentro del territorio Norteamericano, era ciudadano americano. Simpático y buen amigo era, "a todas, mano".
Cuando entramos, el Bar Florida estaba vacio. Eran las dos de la tarde y estaba oscuro. No habia electricidad...ni clientes tampoco. La gruesa y afable mujer que lo atendia nos recibió con tanta alegria
como si hubiéramos sido parientes hasta hoy desaparecidos. Y al vernos en uniformes americanos, pero hablando español, poco pudo dismular una lágrima que corria por sus mejillas.
"¡Ah, tierras de Libertad!" "¡Uomini liberatore!"
La buena mujer nos encerró a los dos entre sus anchos brazos y nos besó profusamente empapando nuestras caras miesntras reia nerviosamente. "¡Viva La'merica!"
Nos ofreció lo poco que tenia: "Birra" al tiempo. No habia hielo.
Y comenzó a contaros su historia. Su esposo, que habia sido llevado a trabajar, como tantos otros italianos, griegos y españoles, construyendo carreteras y acueductos, como el de Cleveland, y, en su caso, el famoso Pulaski Skyway, de New Jersey, tenia un bar en Brooklyn. Un dia volvió a Génova en busca de esposa. Y ella se lo ganó, gracias a familiares y amigos mutuos. Asi fueron a vivir y trabajar al nuevo continente. Fué mientras trabajaba en el Bar de su esposo en Brooklyn que conoció a muchos inmigrantes europeos que
habian trabajado y sufrido junto con su esposo, en la nueva "patria".
Fueron esas amistades quienes le llevaron aviajar a Cuba, la primera vez, porque muchos de aquellos españoles, lejos de regresar a España, emigraron a Cuba, a pescar, en La Isabela, unos, a plantar café en
Oriente, los otros. Giacomo, que asi se habia llamado su esposo, eventualmente se compró una lanchita a motor y vela, una escopeta y unos avíos de pesca. Y de este modo, el Puerto de La Isabela y sus amigos Españoles en Sagua, le viéron, según ella, muchas veces cazando patos y garzones en el Rio Sagua.
Yo la habia escuchado en silencio durante toda su narración, aunque las menciones que hacia de mi patria chica habian desatado una colmena de abejas africanas dentro de mis venas... y me picaban, cuando, de pronto, de un salto, la buena mujer mientras nos mostraba un retrato, entre sollozos nos dice: "queste, il mio Giaccomo..."
"Io sonno d'la Isabela, Signora."
Imagine usted, la escena ahora...
Debajo del horno, en la cocina, habia una botella de Ron El Infierno tan bien guardada que los alemanes nunca la descubrieron durante sus repetidos registros del bar. Yo bebi ese ron hecho en Sagua, esa tarde, alli, en Sampierdarena, Génova, Italia, mientras los cañones todavia no estaban del todo silentes.
"¡Mejor que el mescal, mano!" exclamaba Ricardo, mi amigo tejano, mientras lamia el borde de el vaso de ron, al que le habia hecho un rocio de sal, casi como le hacen a las margaritas.
Pero aún habia mas sorpresas. Tomando una botella verde claro que estaba en una repisa de la pared de la sala, que estaba detras del bar, la puso en mis manos. "Guarda, cubano; d'lIsabela."
Dentro de la botella se podia apreciar un hermoso bergantin con todo el velámen al viento. Una joya. Y la popa. La popa exhibia el nombre: "Giulia, Isabela".
"¿Quién es Giulia?" pregunté yo tontamente, pues hasta ese momento no sabia el nombre de la señora.
"¡Io, Io sono Giulia!" Y me contó como ese barco en la botella habia sido hecho por las maravillosas manos de Juanillo "El Isleño". ¡Ah, lindos momentos en la vida del hombre que se aventura allende el mar! Cuando yo era chico me sentaba en el suelo a ver como Juanillo, aquel inmensamente alto y flaco canario, en su diminuto cuartucho al lado del Varadero de Alvaré insertaba piececita tras piecesita cada sección por el estrecho pico de cada botella como con una tijera, una aguja y una cuchilla creaba ante mis ojos mejores barcos que El Nautilus de Verne.
"Giaccomo fué asesinado por los alemanes." Me dijo en buen español."
Allá afuera corrian las horas. A poca distancia la Piazza Principe exhibia su lado la casa donde nació Cristobal Colón, los siglos de historia de la civilización viven esparcidos por todo el entorno genovés, pero por por unos instantes yo no tuve conciencia de nada de eso, porque durante esos momentos yo, mis memorias y mi ser vivian en mil fibras pensantes cerca del Rio Undoso, varado tal vez en sus carriles, junto al cuchitril ausente de aquel mago de la botella cuyo bergantin ahora navegaba en mis manos cual si retando a Colón. Si, cual reto al gran almirante, un italiano y un español habian navegado su bergantin en la verde botella desde la Isabela hasta Génova. Y yo tenia el reverso de la historia en mis manos, entre el vaso de ron, mis recuerdos de Cuba y las amargas lágrimas de Giulia.
"Vamonos, mano, que ya es tarde." Dijo Ricardo y se quedó dormido.
Podia tratar de ser mas agradable.
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Gilberto Rodríguez es de los últimos lobos de mar que tuvo el puerto de Sagua La Grande en sus buenos tiempos de importación y exportación a todo el globo terráqueo. Sus escritos han sido debidamente guardados en el Archivo Sabaneque para que no se pierda testimonio tan importante para la historia náutica de Sagua La Grande.
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ARCHIVO SABANEQUE
1970-2009
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