Por: Gilberto Rodríguez
A veces los hijos de un pueblo no conocen su historia porque alguna razón (moral, histórica, política) les negó una abuela que les contara la leyenda, la historia o el chisme. Hay, sin embargo, muchos casos en la historia de la humanidad en que una población entera ha sido desarraigada de su entorno por aquellos que tienen en sus manos la fuerza y han usado esa fuerza para borrar, cual estudiantes en el aula, de la pizarra de la vida una existencia y hasta una generación entera de un pueblo. Entonces la memoria colectiva desaparece. Sea que no queda nadie para contarla, sea que hasta el último vestigio del pasado es hundido en las cenizas del rencor, o sea por la dispersión de las familias por los caminos, del mundo. Y hasta por la extinción de una raza o de una familia. La población y el puerto de La Isabela de Sagua es un ejemplo moderno de este "exterminiohistórico" si es que se puede usar tal expresión.
Dada su posición geográfica, el Puerto de La Isabela, con su carga de nombres cambiantes que le han adornado según el mandante de turno, Puerto de Sagua, Puerto General Peraza y otros, siempre fue unode los puertos más activos de la Isla de Cuba. Buenos muelles, amplia bahía, un inmenso número de cayos e islotes, magníficas playas de blancas arenas naturales, abundante pesca, un clima para recrear la más exigente de las almas y una gente amable y servicial más allá de toda comparación. En la Isabela siempre hubo medios de traer el pescado (digo, el pan) a la mesa. Aún en los peores tiempos.
Durante los tiempos de la colonización española, el tráfico de navíos veleros era uno de los más nutridos de la isla. Y después, durante el primer medio siglo de independencia, con las naturales altas y bajas del mercado internacional, el puerto de La Isabela siempre se vió adornado de blancos veleros y barcos mercantes cuyas popas decoraban banderas de los más lejanos rincones del orbe. Y también los yates.
Las lluvias que humedecían nuestros campos de cultivos allá por el centro de la Isla, por los confines villareños, después de enriquecer las cosechas por allá, fluían por el Río Sagua, o Undoso, llenaban las lagunas y costas a ambos lados de la costa norte, al este tanto como al oeste, lo que atraía las grandes bandadas de aves migratorias, que nos visitaban desde todas las partes del planeta dondequiera que la Madre Naturaleza aún permitía a las especies convivir con la civilización. Y esto, a su vez, atraía el turismo tanto terrestre como marítimo. Cientos de yates de sitios lejanos eran punto fijo de visita a La Isabela cada temporada de caza y pesca, las que por cierto, abundaban.
Hemos escrito ya sobre esta abundancia de agua que corría por el rio Sagua y sus laterales, mientras la población padecía de sed, pero eso tenía más que ver con las actividades o falta de posibilidades humanas que con las existencias naturales. En otras palabras, como hemos dicho antes, estábamos los isabelinos rodeados de agua, mientras padecíamos de sed, como en un contrasentido tan irreal como la ciencia ficción, mientras que esa abundancia de agua no producía un beneficioso a la hora beber, al mismo tiempo producía un rico atractivo al turismo que se beneficiaba de los tesoros de la caza y la pesca y, a su vez, ese turismo marítimo enriquecía los bolsillos de los pobladores de nuestra bella costa isabelino sagüera.
Mucho de eso tal vez puedan disfrutar aquellos que de modo alguno pisan esas playa hoy día, pero, ni los pocos isabelinos recién nacidos que queden allí hoy, ni los que han sido desterrados a otros puntos de la isla, ni los que nacen en el extranjero hoy o han nacido durante el último medio siglo, salvo un muy pequeño número deesforzados hijos de Sagua, La Isabela y sus circumvecinos, posee, o siquiera ha oido, suficientes conocimientos o recuerdos propios de las mil bellezas, historias, leyendas y anécdotas que enriquecen nuestro lore y folklore sagüero isabelino. Y es una pena. Es muy penoso que tengamos tanta riqueza histórica, literalmente dicho, anecdótica, y que porque a unos canallas se les antoje, no la podamos compartir con nuestros descendientes para su disfrute y memoria.
Yo miro hacia los días que fueron el ayer y que predicen lo que viene atrás. Veo claramente en el espejo de pasado los días malos y los recuerdos hermosos que nos ha dado la vida a los hijos de esas maravillosas playas las olas que batieron ayer y nos esperan en el futuro...juguetonas chiquillas de blanca sonrisa que se deslizansobre las arenas de Cayo Cristo o nadan en el Esquivel, cantan en el Uvero, rien en la Caida de La Chorrera, se extienden por Casablanca y se ondulan en Punta Gorda. Y veo las tierras lejanas que nuestros ojos han visitado. Y veo las riquezas de nuestras familias.
Ah, nuestras familias. Rica es nuestra isla, y hermosa nuestra familia íntima isabelina. El disfrute pleno de la vida en la Isabela, más alla de sus playas, clima, caza y pesca, provenía de las relacxiones humanas que nuestra manera de proceder y actuar nos ofrecía. En La Isabela nadie era diferente. Nadie era ajeno. Ni nadiesabía que podía ser ajeno. Ricos, acaudalados, millonarios, aventureros, vecinos, pescadores, carboneros, usted era un ser humano. YA. Nadie preguntaba, nadie decía, nadie daba, nadie pedía. Todos pescábamos, trabajábamos, cazábamos, nadábamos, y reíamos juntos. Y celebrábamos con nuestra santa patrona, nuestra Virgen del Carmen. !Ay, que si celebrábamos!
De todas partes de Cuba y de las mas lejanas tierras venían los fieles a celebrar las fiestas del Carmen a La Isabela.
Fuegos artificiales, abundante comida, licores, trajes, velas, regatas, exhibiciones de productos exáticos, música por doquier, risas, bellas mujeres, blancas velas, y hasta carreras de caballos tras la proverbial punta afilada que debe enganchar la colgada argolla para ser el ganador de la carrera, o el mejor de la conquista de pareja para la danza. La cucaña, o palo encebado, los zancos, el pan con lechón, las frituras chinas; los dulces de Fillo....
Y la retreta en el parque. La banda de voluntarios de Sagua, generalmente miembros de el Cuerpo de Bomberos, que no solo nos divertían gratuitamente sino que, las más de las veces, servían de el único rato de esparcimiento nocturno que a menudo nos servían en la mesa de la vida cotidiana. Buenos seres humanos que teníamos allí. Y cuantos...
Desde este rincón de la ausencia yo miro hacia el mar. Y si un dios curioso estuviese atizbando mis movimientos, y si en su vasta sabiduría pudiera interpretar mis sentimientos, pudiera descrubrir tal vez unos de los cambios más sutiles y sin embargo más curiosos que que da el ser humano en la vida. Una vida que en sus momentos tempranos se caracterizaba por sus deseos de aventuras curiosas, de ansias de tierras de misterio y lejanas, de elevación a otros niveles del saber que no parecía alcanzar en mi lugar de pobre hijo delaparentemente abandonado puerto. Y vería como esa misma vida, ese mismo cerebro, ese mismo ser viviente, llena el alma de experiencias vividas, repleto el cerebro de aprendizajes ni siquiera imaginadosentonces, hace bueno el refrán de que "la cabra tira al monte".
Desde esta esquina de la existencia, cargada el alma de recuerdos, llena la existencia de vivencias, duras muchas, emocionantes otras y bellas las demás, junto a los achaques que las rondas han dejado en las costillas, miro yo a las aguas que pasan por estas playas, después de haberse regodeado de placer en las playas de la Isabela, y me lleno de una nostalgia distinta, feliz, placentera, con un alto sentido de familiaridad, tal cual si las olas trajeran envueltas entre sus espumantes rebordes, un mensaje cargado de memorias de mis playas, para que nunca olvidar pueda mi Isabela.
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Don Gilberto Rodríguez es un bravo lobo de mar de aquellos tiempos de leyenda, el cual gentilmente coopera con el "Archivo Sabaneque".
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