domingo, marzo 15, 2009

Anclas y Arena

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Por: Gilberto Rodríguez
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Era yo muy chico aun cuando comencé a soñar con el espacio que se perdia de vista allá por los horizontes. Y me paseaba por las orillas del mar recogiendo "conchas" y caracoles para regalar. A veces, mientras mi padre realizaba sus labores en los almacenes de García, yo iba con el hasta la puerta y, con más inquietud que alas, me encaminaba hacia el punto más saliente hacia el este del pueblo. Pasaba por la casa de Juanillo el Isleno y más allá estaba el amplio arenal de La Punta. Una especie de delta, de juez mediador, con su larga extensión de estacas alineadas a lo largo de decenas de metros desde la orilla hasta donde ya las aguas eran navegables, pareciera ser aquel límite de los adioses, entre la salada bahía y las mezcladas aguas dulces quebajaban por la desembocadura del río, en busca del amplio mar, por Casablanca.

Allí, en La Punta, solia haber una rica acumulación de ostras blancas, sepia, violetas, multicolor y forma física capaz de satisfacer a cualquier coleccionista hawiiano. Crujían, crujian, crujían, como crujen los ejes de la viejas carretas solo que con chirriar de gaviotas.
Yo era el chico aquel que cantaba en voz baja mientras revolvía el arena con los pies y merodeaba alrededor del ancla solitaria.


En la isla de El Salvador, punto saliente de Las Islas Bahamas hacia el Este, hay sobre las arenas una vieja cruz de hierro que marca el primer punto de el Nuevo Continente que Colón pisara, tras su larga navegacióny su afortunado encuentro con las gaviotas. Tal vez nadie lo planeo así; es muy posible que fuera solo una casualidad...o una honrosa tradición marinera. No lo se. Tampoco se quien planto el ancla en nuestro arenal, pero hay una similitud de posiciones que llama a pensar y a discurrir. Pero lo cierto es que aquella ancla, erguida sobre sus ganchos, y semi recostada a su pendular cruz, una de esas plegables, debía haber estadobajo el agua por mucho tiempo. Las cicatrices en su brazo estaban selladas por cascos de ostras disecadas por el tiempo, y sus rojo color de herrumbre contrastaba con la blancura resaltante de esas ostras.

Yo la tocaba. Con amor la tocaba mientras la curiosidad me llevaba a hacerle preguntas. "¿Donde has estado?" "¿Qué otros mundos hay más allá de Cayo Cristo?" "¿Como lucen las sirenas del Mediterráneo cuando cantan nadando por las agua de Grecia?". Y aunque a veces me saqué alguna gota de sangre de las manos al acariciar la querida ancla, no me quejé jamás, por que compartía con ella el afán de distancias, la cita con las soledades, la visión del "allá". Y un día pregunté...

"¿De donde salió esa ancla?"

"De un velero muy grande que se perdió en una tormenta hace mucho tiempo."

"¿Y, como llegó hasta aquí?"

"Un buzo isabelino la rescató y por monumento a los que en mar quedaron, y queden en el futuro...

"No escuche el resto. Me alejé llorando en silencio, a unos pasos de distancia. Recogi uno cobos bien rosados, como una docena recogi. Después llevé uno a uno los vacíos y hermosos caracoles y los puse contra los puntas del ancla como formando entre un círculo y un corazón en el arena. Lloré más aun...y mojé con mi rostro pegado al duro herraje las herrumbrosas ostras y moluscos.

Miré hacia la boca del río, en dirección oeste, luego me volví a mirar hacia los muellas, por el noroeste....Chalanas, goletas, yates, vapores, acaso anclas futuras para plantar en algún puerto lejano, oaventureras velas que un día se hincharán para salir en un viaje de cuento de hadas...Madres sin hijos, esposas...

Me dejé caer al pié del ancla. Pense en los marinos que nunca llegaron; a los veleros que mueren de vientos, y a los que quedan detrás. Me recosté a ella. Le pegue mi carita y le acaricié su brazo, como se acaricia una madre, como se hunde uno en el pecho protector de su padre.....

No se cuanto tiempo dormí, no sé. Pero por cada puerto que pasé durante mi vida en el mar, quise buscarel ancla solitaria de las puntas, que los puertos tienen puntas cuando se trata de navegantes y aventureros, y aún hoy, cuando veo por el satélite nuestra Isabela siempre miro hacia la Punta, como el que busca el aire para volver a respirar, las luz para ver, el momento para recordar.

Es la estampa que silente nos recuerda a cada instante lo frágil que es el hombre frente a la Naturaleza, y lo noble que es nuestro pueblo que se inclina ante el recuerdo de los que, por venir a él, perdieron.

El ancla de la punta es, pues, a mi ver, la cruz del que perece, y el anuncio de nuevas aventuras.Es una Estampa Isabelina.




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Tomado del ARCHIVO SABANEQUE
de Pedro Suárez Tintín
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