Por: Gilberto Rodríguez
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Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar..." José Marti.
El mal olor venia con la brisa anunciando el paso de algún animal muerto por las arenosas calles del pueblo. Las caras de los parroquianos (de los isabelinos, Gilberto...), se volvian en busca del sucio carretón de la basura, que no debia andar muy lejos.
El verde mar, color con que hubo sido pintado alguna vez, pujaba por mostrar una sonrisa por debajo de los chorros colgantes de pútridas sustancias que un dia fueron tal vez manjar en nuestras mesas. Y aquel cuadrado cajón, ancho arriba y menos abajo,que pudo haber sido el que transportaba oro en alguna mina oriental, era alli el "aura tiñosa" que cargaba en sus entrañas los desechos "perfumados" de cada rincón del pueblo.
Desde La Punta hasta el cabo del pueblo recorria llenándose la ancha panza en cada jornada. Montado sobre dos grandes ruedas de madera cubana forradas con zunchos de hierro a puro fuego, tal vez hechas por Perico Veliz en la Fundición, que tenia allá en el patio de su casa, cerca de la carretera,el viejo carretón era fiél compañero y silente cómplice en guardar los secretos de la cocina de cada isabelino. Complicidad silente y servíl la suya, porque trabajaba con "El Negro"...y este casi nunca hablaba.Tiraba,-si es que a eso se le puede llamar asi,- del carretón un gigantezco mulo color chocolate que, bien mirado, podia confundirse en color catadura con el infeliz carretonero.
Ya dijo el chuzco maldito al hacerse cargo del corral: "Estos burros que llevan tanto tiempo juntos en el mismo corral todos se parecen por el pelo". Hombre y animal eran grandes, de pelo y piel oscuras. Pacientes eran los dos, más pacientes digo, que Jean Valgean actuando como Cuasimodo en la pelicula francesa titulada "El Jorobado de Nuestra Señora deParís". Nada, lluvia, viento, chillidos burlones de los golfillos callejeros, pregones ni la trompeta del Capitán Nemo, si Jules Vernes se la hubiera mandado, pertubaban la paz mental o alentaban la parsimonia del hombre ni la del animal.
Tenian su paso.Solo los jueves cambiaban de paso. El pobre mulo vestia sus orejas de fiestas, moviéndolas casi cual si fueran de conejos enamorados de la zanahoria. Era dia de romeria, de campo abierto, de yerba fresca, de agua bebida al filo de las lagunas de el Dorado, de...Y en la soleada faz de el "Negro", uno como sutil brillo en la voz se notaba al arrear su animal. "Hala, vamos, arrea, mulo". Eso era en aquél solitario ser humano una especie de medio de alegre expresión, esparcimiento, descanso. Ah, si, hermano; hay almas que gozan y descansan de sus cadenas si un dia las pueden arrastrar porlas calles fuera de sus paredes.
El "Negro" y su mulo gozaban de asueto los jueves. Viajaban muchos quilometros para encontrar yerba de guinea y, hoz en mano, cortar y atar en sendos "masos de yerba",el verde alimento para alimentar durante la semana venidera al rudo animal. Y el mulo se aprovechaba con la picardia de saber que hoy el podia comer toda la yerba fresca que sus maxilares triturar pudieran.Y mientras tanto, el "Negro" sudaba.
Muchos años duró esta rutina. Yo era un niño cuando empecé a ver esta ESTAMPA ISABELINA.
Nadie parecia sentir interés por El Negro de la Basura. Que dicho sea de paso no era negro de raza. "El Negro"Legorburu era oriundo de Las Islas Canarias, como tantos en nuestra provincia Villareña, pero más parecia marroquí que español por su piel. Vivia muy solitario, yo no recuerdo haberle conocido amigos ni haberlo visto en comercio o bar alguno. Se decia que era miembro de la familia Legorburu, que era una muy distinguida y buena familia de Sagua y la Isabela, pero yo no lo sé. (Por cierto, Carlitos Legorburu fué por mucho tiempo alcalde de la Isabela. Y muy bueno y luchador que fué.) Al "Negro", todos le miraban indiferentes, como si el mal olor de los deperdicios de sus propias casas, recogidas por este ser humano, fuera el mal olor permanente y único del infeliz carretonero.Casi nadie se dirigia a el.
Y, oh, perdón, error que cometo, una vez oí al sibarítico juéz Enrique Ardabín haciendo piruetas con su larga boquilla de marfil, mientras prendia uno de sus ovalados cigarrillos preguntárle si le hacia un cierto favor.El mameluco o coverall que vestia, que una vez fué de dril azul tambien se igualaba con el verde extraviado del carretón. Y solo le vi uno oscuro cuando pasó el ciclón. ¡Dios santo, cuánto es capaz de trabajar un ser humano por el bien de sus hermanos! Regalo humano era el "Negro de la basusura" a nuestro pueblo de Isabela.Yo me fuí a cabalgar por las sierras ajenas que Dios me diera. Y pasaron los años. Y vinieron las imágenes retratadas en el cerebro.
La última imágen que los ojos ven, la computadora de nuestra vida la conserva permanentemente como su historia. Y si la vimos niña, muchos años después, desafiando la realidad, nuestra memoria nos exige que la veamos niña todavia, como miran las madres. Tanto asi, que en Francia, allá por los años 30, cientificos policiacos, con la colaboración del Doctor Israel Castellanos, ese genio cubano de lasciencias policiales, llegaron a crear un tipo de fotografia de la pupila de los humanos muertos violentamente para poder ver quien fue la última persona vista por el difunto.Un dia volví de visita a mi pueblo. Y pregunté, si; yo pregunté por el "Negro"."El nuevo alcalde lo despidió (¡Arrea!) lo botó y puso un hombre limpio en su lugar." Me dolió un poquito esa expresion. Caray, me dije durante tanto tiempo este pobre hombre nos mantuvo nuestro lindopueblo limpio y es esto lo único que se nos ocurre decir...
Me fuí por los barrios a ver no sé qué... Pero ví desperdicios en las calles. Habia una gato destripado cerca del Ancla en el arenal de La Punta, y desperdicios de comidas junto al Muelle del City Bank. Bajé hasta el Muelle de Amézaga y, en el Bar de Muti, que todavia no se llamaba Barrilito, y alli me presentaron a un señor que hablaba de política, comparaba aguardientes, reía con las putas deambulantes y vestia camisa blanca. Me dijeron que era el nuevo recogedor de basura del pueblo. Me pareció que en ese momento mi querido pueblo era traicionado por los condenados políticos de afuera, y le pregunté al buen hombre cuando habia recogido la basura por última vez. Pero no esperé la respuesta. Me despedi.
Mientras el avión que me llevaba de regreso New York atravesaba el Estrecho de La Florida, en mi cerebro revoloteaba, cual ala de mariposa asustada fuera, una idea peregrina, y mi voz descuidada sacudió a los pasajeros: ¡Qué diantres, "el Negro" era el mejor!
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Gilberto Rodríguez, uno de los últimos lobos de mar q
ue nos quedan del siglo XX.
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