Por: Gilberto Rodríguez
-Voló una vez una gaviota isabelina sobre la bahía en su eterno vuelo cantarino. Se posó sobre una estaca. Miró en derredor. !Ah, un brillo... un relampaguear de cristal verde sobre el aqua-gris de la bahía. Una botella, una nota, un nuevo encuentro, un salpicar de aventuras concentradas en corrientes que viajan por la eternidad de cielos distantes y a la vez presentes. Y la gaviota elevó sus alas al firmamento y tocó con su poesía una inmensa ola de simpáticas guirnaldas colgadas al cuello de la vida. Y me trajo un recuerdo.
Quiero compartirlo para que sus alas sigan abiertas y sus ojos puedan ver más botellas, más notas, más estacas, más puertos de memorias viejas. Allá en el verano de 1943, navegaba yo en un buque que venía del Océano Indigo, y estuvimos en en puertecito de Punto Fijo, en la Costa del Caribe, en Venezuela. Partimos de allí, después de abastecernos de petróleo, rumbo al Norte, al atardecer de un día domingo. En lo más alto del buque nos reunimos varios tripulandes con una botella de Ron Santa Teresita, que compráramos en Venezuela.
El mar estaba "como un plato" y la luna llena era una hermosura. Las guerras son crueles, pero hay momentos en ella para cantar a la vida. Y lo hicimos. Vacía la botella se me ocurrió la idea de hacer lo que no debía, por ley y pura razón de peligro, no haber hecho: Escribí en inglés y español una notita que decía, más o menos: "esto es un experimento para estudiar las corrientes del mar. Si alguien lo encuentra, por favor, enviarlo a: Una dirección y una oferta de pagarle $5.00 cinco dólares por su esfuerzo. El tiempo pasó. La memoria también. Bueno, como las gaviotas ven todo lo que flota y brilla sobre el mar, un buen día de 1947, recibo en New York, una carta que me envía mi padre desde La Isabela, en la que me incluye la notita que yo puse en la botella y la carta de una jóven en Escocia, que clama sus cinco dólares, por devolver la nota. La carta con la nota, me decía mi padre, había recorrido tres o cuatro países después de haber nadado desde frente Curazao hasta Escocia.
Yo nunca supe si el escocés Tam O'rourke fumaba, pero mi padre le envió una caja de tabacos "Pontigo", hechos a mano en Sagua y yo muyfelizmente le pagué sus cinco pesos. Y lo creí gaviota, porque me decía en su carta que divisó el brillo de la botella en el agua mientras pescaba sobre unas estacas de un muelle destruido por los bombardeos alemanes. Y este romance de la botella me llena de una grata nostalgia, (si es que se puede decir de esta manera), porque en el vuelo de la gaviota hay un poema. Un poema que solo tenemos el privilegio de disfrutar los que seguimos los pasos del capitán genovés.
La gaviota mira el mar y ve peces, botellas y notas, yo miro al mar y veo el romance de la brisa, la aventura del descubrimiento, las arenas distantes y el puerto del corazón. Y allá la vemos, sentada sobre una estaca del viejo muelle de Alfert, la Gaviota Isabelina, con alma de poetisa.
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